A las 9 h. y 40 minutos el sol se ocultó en el horizonte. Si bien, al hacerlo tras el cerro de San Cristóbal, según la posición que ocupaba la Rompeola, el astro rey se escondería algunos minutos antes.
Con un viento de más de siete nudos que dificultaba la navegación y que ocasionó un fuerte oleaje, patroneados por Isidro Calleja, presidente del club, cuatro jóvenes remeros del CD Rebalaje y otros tantos veteranos de los Amigos de la Barca de Jábega, asociación a la que también pertenece el patrón, se hicieron a la mar a las 20.30 h. Si la edad media de los primeros rondaba los 15 años, la de los animosos veteranos superaba la cincuentena.
Tras situar la embarcación con la proa a poniente, a unas dos millas de la costa, los componentes de la expedición rememoraron el profundo significado de ese punto geográfico para los primitivos pobladores de nuestro litoral, a medio camino entre el monte de San Antón, en donde se han descubierto vestigios de Adoradores del Sol y la Cueva del Tesoro, lugar destinado al Santuario de Noctiluca, antiquísima y misteriosa divinidad lunar de la fecundidad, anterior a los tartesios, y que los fenicios representaron en las monedas de Malaka.
La celebración del solsticio de verano siempre ha estado cargada de magia y sugestión y es tan antigua como la misma humanidad. Hace miles de años, en Mesopotamia y en otros lugares se observó que el sol se mueve desde una posición perpendicular sobre el Trópico de Capricornio hasta otra perpendicular sobre el trópico de Cáncer. A estos días extremos en la posición del sol se les llamó solsticios de invierno y verano, los cuales ocurren respectivamente los días diciembre 21 y junio 21 en el hemisferio norte.
En un principio se creía que el sol no volvería a su esplendor total, pues después de esta jornada, los días era cada vez más cortos. Por esta razón, y para simbolizar su poder se iniciaban en estas fechas toda clase de ritos en los que el fuego era el protagonista. A menudo se bailaba y saltaba alrededor de hogueras para purificarse y protegerse de influencias malignas y asegurar el renacimiento del astro que nos ofrece luz y calor y, por lo tanto, vida.
En tiempos posteriores se organizaron procesiones con antorchas y se encendieron fogatas en las cimas de las montañas, en las plazas públicas y frente de las casas. Con ello llegamos a la celebración de la Noche de San Juan la víspera del 24 de junio, adaptación del cristianismo a este fenómeno sociocultural de raíces ancestrales que el CD Rompeola y la asociación cultural Amigos de la Barca de Jábega han revivido desde el mar.